lunes, 31 de julio de 2017

ENGRUDO 2017

Mi amigo Juan Silva, alias Silvita, bajito, rubio y de pelo enrulado, un poco más joven que yo, tiene una hija que se recibió de médica, y el 31 de julio vino a festejar al Mercado del Puerto, sobre la Peatonal Pérez Castellano, junto a cien o doscientos colegas nuevos. Hace varios años que vienen, sobre el mediodía, y están muy organizados. Permiso de la Intendencia, parlantes gigantescos que emiten música a todo lo que da, vendedores ambulantes con infinita cerveza y sidra barata, ropa adecuada y abundante provisión de harina. El festejo consiste en emborracharse un poco, bailar, tirarse sidra y harina unos a otros,  abrazarse efusivamente y sacarse selfies para conmemorar el fin de doce años de estudios. Hoy son las siete de la tarde y el DJ y los más entusiastas siguen con el bochinche, así que los esforzados obreros anaranjados que mandó el Intendente no pueden limpiar las veredas del Mercado (donde está el venerable bebedero de hierro fundido). Yo le digo a mi amigo Silvita que por qué no festejan en el patio de la Facultad de Medicina o en la Plaza 1º de Mayo que les queda a una cuadra. Qué necesidad de enchastrar el Patrimonio de la Humanidad. Silvita me dice que soy un viejo amargado porque no aguanto un día de algarabía juvenil. Pero en estas fiestas y las de fin de año hay una  cuota oculta de discriminación y desprecio contra el barrio, desde la época en que esto era “el Bajo”, lleno de piringundines, prostitución y drogas. Somos tan pocos habitantes y tan pobres que los organismos públicos no nos cuidan. La seguridad mejoró muchísimo con las cámaras: si no hay más arrebatos y rapiñas es porque los Cruceros amenazaron con no atracar más en Montevideo y Bonomi se puso las pilas.  Pero los supermercados traen frutas y verduras de segunda o mercaderías vencidas. Las compañías de cable no tienden redes hasta aquí por falta de clientes. Los inversores extranjeros se aburrieron en  espera de algo, y pusieron decenas de locales y casas en venta o renta. En este contexto, es comprensible que los flamantes médicos carezcan de sensibilidad social o ni se den cuenta que están manifestando un desprecio clasista por la Ciudad Vieja. Todo esto le dije hoy a Silvita  y me colgó el teléfono. Pobre: con lo que le costó que la nena se recibiera. 



martes, 26 de enero de 2016

INFANCIA

INFANCIA
             En 1944, año de mis primeros recuerdos,  mis padres compraban dos o tres diarios por día. Mi madre era batllista y admiradora de Frugoni, le gustaba leer El Día y mi hermano y yo nos abalanzábamos sobre el Suplemento de los Domingos para leer a Tarzán. Mi padre era blanco independiente y quería leer El País. También, en la tarde,  llegaba El Plata, que tenía una página entera de historietas extraordinarias para la imaginación de un niño: El fantasma, Rip Kirby, Lorenzo y Pepita.
             De mañana temprano mis padres leían los titulares de los diarios en la cama y yo me metía despacito entre los dos y ellos hacían como que no se daban cuenta. Había días en que las noticias de la  guerra  eran más graves que otras y las comentaban en voz baja para no preocuparme. Mi padre leía también un periódico en inglés, con fotos de la guerra y propaganda  Aliada. Mi hermano y yo jugábamos con unos avioncitos de plomo: el Spitfire, el Mustang y los cazas japoneses Zero . Ya no aparecen en la feria de Tristán Narvaja.
            Mi padre era uruguayo pero de origen noruego, hablaba inglés y trabajaba en el Hospital Británico  Se interesaba vivamente por la suerte de los soldados anglosajones. Le contaba a mi madre que algunas nurses británicas que trabajaban en el hospital y que habían sufrido los bombardeos de Londres,  se escondían debajo de las camas cuando caían relámpagos y truenos sobre Montevideo. Mi padre tenía sobre la mesa de luz una radio de onda corta, y mientras hojeaba los diarios escuchaba los discursos de Winston Churchill.
            Mi madre, de origen vasco-francés, se interesaba más por la suerte de los soldados franceses, las peripecias de la Resistencia  y las arengas de un soldado alto que aparecía en las fotos de los diarios, que después supe era De Gaulle.   También años más tarde  mis tías me contaron que el día de la Liberación de París mi madre  nos sacó de la escuela  a  mi hermano y a mí y nos llevó a la avenida 18 de Julio a festejar y cantar la Marsellesa, pero de eso no me acuerdo.
            En esos años la raíz  nórdica y anglosajona de mi padre sobre mi formación infantil fue más importante que la influencia franco- latina de mi madre. El primer Heide que apareció en Uruguay a fines del siglo XIX fue mi abuelo, a quien no conocí. Se llamaba Thomas Benjamin Heide, nacido en Noruega. Dicen que conducía un barco mercante que encalló frente a las costas de Rocha  y se quedó en Uruguay porque le gustó. Trabajó para los ingleses en los ferrocarriles como jefe de la estación Peñarol,. También aparece en un documento con otro montón de ingleses como fundador del Central Railway Football Club que luego se conocería como Peñarol.


            Enseguida de la guerra, creo que en 1946,  vino de visita al apacible  Uruguay un primo de mi padre que se llamaba Erling, como mi hermano. Había participado en la Resistencia de Oslo contra los nazis en un episodio que se conoció como la Batalla del Agua Pesada, que servía para fabricar bombas atómicas. En la escaramuza cayó preso y fue enviado tres o cuatro años a un campo de concentración. Todavía tenía marcas de tortura de  cigarrillos apagados contra la piel de sus brazos. Una tarde de mayo, el tío Erling, sin saber una palabra de español,  se fue solo a la playa de Pocitos, encontró que el  agua  era muy calentita y nadó mucho más allá de las boyas. Cuando salió, los marineros lo metieron en un calabozo de Trouville  Mi padre lo rescató  varias horas después y esa noche para calmarlo fuimos todos a comer pollo a un restorán de lujo en  Villa Biarritz, pero el tío se volvió a Noruega en el primer barco que saliera y juró no volver jamás.

lunes, 11 de mayo de 2015

VENTANA AL GANGES

 
Publicado en “La ciudad al trasluz”,  El País de los Domingos, 1993
          Estábamos viviendo en un cuartito de un segundo piso sobre las orillas del Ganges en la ciudad de Benares, capital religiosa de la India. El margen izquierdo del río es una vasta llanura que se inunda en épocas de lluvia y el margen derecho que ocupa la ciudad viene a ser del tamaño de Pocitos, sólo que en lugar de apartamentos de Sichero y Pintos Risso, está lleno de templos hindúes, budistas y musulmanes, algunos con techos de oro y minaretes desde donde recitan por altoparlantes pasajes del Corán desde las cinco de la mañana.
Las callejuelas de atrás, lo que vendría a ser Benito Blanco o Chucarro, están atestadas de gente, triciclos, carros de caballos, camellos, vacas sueltas y autos rusos de 1960 que luchan por trasladarse de un lado a otro entre gritos y bocinazos.
Las  callejuelas perpendiculares al río desembocan en escalinatas de granito y mármol que se meten en el agua. En esas escalinatas que se han divulgado muchísimo en todas las documentales, hay gente de todas partes de la India, bañándose, lavando su ropa, rezando, haciendo yoga, cortándose el pelo, o simplemente mirando el “Ganga” como cariñosamente se le llama al río sagrado.
Nuestra escalinata era bastante tranquila, y todos los días bajábamos con Pepe Luis, mi hijastro, a bañarnos y a lavar nuestra ropa, o sea una túnica blanca de algodón que me había confeccionado Sharon, una canadiense fabulosa que hoy es la madre de nuestros nietos. La ropa se enjabona bien, se friega y luego se enjuaga golpeándola con el puño contra los escalones de granito hasta que toda la tierra acumulada del día anterior salta para afuera y queda impecablemente blanca.
La zona de baños propiamente dicha está dividida por un alambrado: mujeres de un lado y hombres del otro. Los hombres nos bañábamos con un taparrabo como de Tarzán; las mujeres se enjabonan sin sacarse el sari que mojado deja transparentar bastante. Yo las vichaba de reojo, pero todo el ambiente era tan religioso y natural, que me sentí medio pecador y al segundo día ni caso que les hice.
 A cuatro cuadras de nuestra casa  estaba la escalera principal donde la gente quema a sus familiares fallecidos. Frente a la hoguera las familias hacen cola para esperar su turno, y según la tradición el fuego está encendido desde hace dos mil años sin apagarse jamás. A veces el olor a carne quemada llegaba a nuestro cuarto para recordarnos la presencia de la muerte, para nosotros tan traumante y para los hindúes un episodio más en la lenta rueda de la reencarnación. Tienen un Dios creador, Brahma, que cada vez que abre los ojos crea un universo y cada vez que los cierra, lo destruye; el Big Bang de Carl Sagan repetido mil veces hacia el pasado y hacia el futuro.
Como no hay mucho que hacer en una capital religiosa, ese sentido del tiempo dilatado se fue apoderando de nosotros y nos pasábamos mirando el río. Muy de cuando en cuando pasaba un cadáver flotando aguas abajo, presumiblemente de un santo, ya que los santos no se incineran porque su cuerpo es puro.
Al mediodía nos pegábamos una zambullida, nadábamos un rato, recogíamos la ropa seca y partíamos lentamente hasta el restorán de Ram, un lugareño suave y bondadoso. Tenía un ayudante que se pasaba fumando hashish, lo cual conspiraba contra su eficiencia y celeridad. Recogía los pedidos y Ram se ponía recién a hervir las papas, el arroz, el brócoli, etc., así que nos daba tiempo para charlar de los dioses y sus avatares como hasta las cuatro.
Total que un día decidimos romper la monotonía, alquilar un bote y cruzar a la orilla de enfrente que se prestaba para jugar a la pelota.
La Chola hizo unos sándwiches de lechuga y tomate y Sharon ensalada de frutas con yogurt y atravesamos el río. Armamos las sombrillas, hicimos dos arcos con las zapatillas y me enfrasqué con Pepe Luís en un partido de fútbol, mientras las mujeres platicaban de asuntos varios.
Iba perdiendo seis goles contra tres, cuando el cadáver de un santo que venía flotando decúbito dorsal por el Ganges, se enganchó en unas ramas, justito enfrente a nuestro picnic. Cada vez que iba a recoger la pelota a la orilla me enfrentaba al muertito que me miraba desde la cuenca vacía de sus ojos. La vida debe continuar, pensé, y le metí un golazo a Pepe Luís en el ángulo inferior izquierdo que compensó mi derrota final, seis a cuatro.
Nos dimos una zambullida, comimos y volvimos a Benares ya muy entrada la tarde, cuando el sol pegaba de frente en las fachadas de los templos milenarios.







sábado, 9 de mayo de 2015

BAUTISMO ECOLÓGICO


Publicado en el Semanario Sobretodo, 1991,  en la sección  "Cartas a la tía Elfrida".

Hoy quiero contarte mi primer contacto con la  ecología aplicada. Esto fue en San Francisco, California, cuando una ballena en su peregrinaje anual por las costas del Pacífico se metió por error por debajo del Golden Gate.
Humphrey, que así le pusieron de nombre, atravesó la bahía ante el estupor de los windsurfers y se metió por el Río Sacramento, haz de cuenta el Miguelete pero más ancho y menos edificado. No había manera de convencer a Humphrey de dar marcha atrás, hasta que alguien sugirió que haciendo mucho ruido se saldría.
Allá fuimos centenares de voluntarios, munidos de tambores, bocinas y latas; la Chola armó la canasta de picnic y yo al frente de un grupo de latins que recogí en el barrio de la Misión.
Me presenté ante el gringo que parecía estar a cargo y le dije en decente inglés: “Ordene mi ecologista, aquí le traigo una cuadrilla de Inmigrantes Latinos Caceroleadores de Gorilas”
El tipo nos miró como diciendo éstos se equivocaron de película o de continente, pero como buen americano progresista, tolerante y pragmático, nos mandó a la orilla del río a liderar el bochinche.
Justo en ese momento la ballena que venía resoplando se percató de su error o no pudo tolerar los decibeles, se dio vuelta con cetáceo nonchalance y se fue nadando hacia el mar, entre los vítores de la concurrencia.
Pepe, con la ayuda de un brasilero que traía un tambor enorme, transformó el caceroleo en batucada. La gente se vino a la orilla donde estábamos nosotros a bailar y celebrar el rescate de Humphrey. Alguien arrimó una camioneta con equipo de sonido y agradeció a la multitud por su participación y conciencia ecológica, mientras la Chola repartía pedacitos de torta pascualina.
Una muchacha de pelito corto improvisó un encendido discurso diciendo que la ballena había sido enviada por Gaia, diosa madre de los cielos, las montañas y los mares, para elevar nuestra conciencia ambiental, y que no debíamos retirarnos del río sin antes meditar sobre la unidad entre los seres vivos y todas las cosas.
Otro muchacho se acercó al micrófono empujando su bici de montaña y denunció que en el valle donde vivía, los salmones ya no podían trepar el río por culpa de las represas que hicieron los fraccionadores.
Otro orador se lanzó contra los madereros talamontes que solo ven a los árboles en términos de pies cúbicos de madera y dólares. Tejió un argumento muy lindo de cómo el Hombre Blanco Occidental había escindido la religión y la vida, y que debíamos aprender de las viejas culturas indoamericanas, a resacralizar la naturaleza.
Cuando un exaltado propuso que se le devolvieran todas las tierras de California y Oregón a los indios, los muchachos se empezaron a aburrir. Recogieron las latas de cerveza, los plomitos del chicle y los puchos y se dispersaron con el alma en paz, ya entrada la tarde en crepúsculo rojo, y Humphrey nadando alegremente hacia México.
Recogimos los tambores; la Chola fue a tirar la yerba contra un arbolito, pero se acercó una parejita en jeans a preguntar qué era aquéllo. La Chola, ya canchera y con su proverbial sonrisa, les dijo en español: “Es una planta orgánica biodegradable y  un ritual de los indios charrúas del Uruguay, South America”. “Oh that’s neat”. (Eso es lindo!) dijeron, y se fueron felices de vivir en una sociedad  multicultural.
Guardo un recuerdo muy lindo de ese día de sol, la ballena Humphrey y nuestro bautismo ecológico.


EL SOCIALISTA DE LOS NOVENTA

Publicado en el Semanario Brecha en  mayo de 1990, 25 años después sigue estando vigente. Lo que no preví fue que USA entrara en guerra contra la yihad islámica y se resintiera su sistema democrático.
                                                                     
En un reciente artículo de BRECHA, Eduardo-Galeano propone, quizás demasiado tarde, redefinir el socialismo, luego de sentirse como un niño desamparado ante la derrota de Ortega en Nicaragua.
La imagen es bella y conmovedora, y me recuerda una tarde de 1968, cuando estábamos reunidos en el Paraninfo discutiendo acaloradamente la invasión a Checoslovaquia, y Galeano criticó valientemente la invasión de los tanques rusos, ante una concurrencia hostil donde se acusaba a Dubcek y su Primavera de Praga de ser una conspiración de la CIA. Esa tarde Galeano, apelando a un último argumento, dijo algo así: “Vamos a ver qué dice mañana Fidel Castro”. La posición de Fidel al día siguiente, apoyando la invasión rusa, nos cayó como un balde de agua fría, y ahora pienso que debió ser aquel día en que debimos sentir que algo andaba terriblemente mal en el socialismo.
La crisis total que hoy sacude al socialismo no solamente atañe a los marxistas leninistas afiliados al Partido Comunista, sino a toda la izquierda. Si en la época de Frugoni el socialismo era algo distinto al comunismo y al capitalismo, la verdad es que en los años sesenta el perfil de una tercera vía se diluyó en una marea revolucionaria, y todas las fuerzas de izquierda, que más tarde confluiríamos  en el Frente Amplio, habíamos adoptado como propios algunos elementos básicos del marxismo y del leninismo aunque no estuviéramos afiliados al Partido Comunista: la lucha de clases como motor de la historia, el culto mítico al proletariado, el énfasis del Estado en la economía, la crítica sistemática al capitalismo y la empresa privada; el desdén por la socialdemocracia y las vías parlamentarias de acceso al poder.  En fin, que con cierta razón el inefable Benito Nardone nos estampó el membrete de “cripto comunistas”, ya que, a la hora de concretar, nunca supimos proponer un modelo de socialismo democrático bien distinto del capitalismo norteamericano o del comunismo soviético, y mucho menos una síntesis con lo mejor de ambos sistemas.
Fueron tan enormes los errores cometidos durante 70 años por el socialismo, en nombre de la igualdad y la justicia social, que hoy en día la gente identifica la libertad y la democracia con el capitalismo, y al totalitarismo y la esclavitud con el socialismo, cuando debió ser al revés.
Por ello, el socialista de los 90 dedicará los primeros cinco años de la década a hacer terapia profunda, reestudiar la historia, aceptar con humildad el gran engaño del que fue objeto y que también ayudó a perpetrar.
El socialista de los 90 reflexionará sobre las causas de su embotamiento en toda la década del 80 cuando la URSS invadió Afganistán y se le permitió al “tonto” de Ronald Reagan ocupar el centro del ring en la batalla ideológica.
El socialista de los 90 confesará su pasada arrogancia por haberse sentido superior, al propugnar un sistema basado en la solidaridad y el bien colectivo y despreciar todas las conquistas del capitalismo.
 El socialista de los 90 aceptará que el sistema capitalista le ganó la batalla al socialismo en el terreno político. El modelo propuesto por las revoluciones francesa y norteamericana, de elecciones libres, voto secreto, independencia y equilibrio de los tres poderes, libertad irrestricta de expresión, prensa, huelga, asociación, reunión y movimiento, resultó ampliamente superior al partido único, el verticalismo autoritario, y la suspensión de libertades individuales en aras del ideal colectivo.

El socialista de los 90 aceptará que el sistema capitalista ganó la batalla al sistema socialista en el terreno económico. A pesar del despilfarro y del consumo suntuario, la propiedad privada de los medios de producción puso al alcance de la población miles de bienes y servicios, más o menos útiles, que la gente consume y utiliza encantada. El socialismo, en comparación, produjo escasez, ineficiencia, mala calidad, tiendas vacías, colas interminables, tarjetas de racionamiento, burocratismo y la pereza legendaria del empleado público.
El socialista de los 90 aceptará que el sistema capitalista derrotó al socialismo en el terreno cultural. La pintura, la escultura, el teatro, la poesía, la música y la danza y la arquitectura, generadas bajo las libertades democráticas de Occidente, aun produciendo obras llenas de angustia, hipocresía o mercantilismo, reflejaron mejor la condición humana que las obras oficiales, acartonadas, falsamente optimistas que promovió el socialismo.
En la era de la información instantánea y global, simbolizada por la televisión, el satélite de comunicaciones, el fax, la telefonía celular y  las redes de computadoras, la libre circulación de las ideas le permitió al capitalismo ganar la batalla de la información. El socialismo siempre le tuvo miedo a la información. Prohibió los viajes al exterior, prohibió el ingreso de textos, obras de arte, señales de radio y televisión, prohibió la posesión privada de mimeógrafos, copiadoras, de fax. Prohibió la libre circulación de las ideas, la crítica de afuera y la de adentro.
El socialismo podría haber sobrevivido, aun a costa de ciertas libertades públicas, si hubiera ganado la batalla económica, si la producción socialista de bienes y servicios hubiera sido lo suficientemente grande como para realizar la justicia distributiva.
Pero el socialismo perdió la batalla económica porque despreció la propiedad privada de los medios de producción, combatió la creatividad e iniciativa individual, el derecho de cada quien de poner su propio negocio donde se le antojara, y combatió las leyes del mercado de oferta y demanda.
El socialista de los 90 deberá aceptar que en la carrera de la producción, el capitalismo, representado por el empresario privado, derrotó por amplio margen al socialismo, encarnado en el funcionario público.
Lo más difícil de aceptar para el socialista de los 90, y aquí es donde se juega o sintetiza todo el drama del futuro, es la figura del empresario privado. El empresario clásico es una figura bastante difícil de tragar, justo es reconocerlo. En su afán de lucro y para poder competir con sus iguales (si es que no consiguió monopolio) pretende pagar lo menos posible a su mano de obra. Para invertir su capital exige estabilidad política, mano de obra barata y represión sindical. A la menor provocación amenaza con llevarse sus capitales. Llora por los impuestos y los evade, intenta corromper el poder político para su causa y encima se cree un benefactor porque crea fuentes de trabajo.
El socialista del 90 aceptará al empresario como un hecho irreversible, como un dato de la ecuación, y admitirá que el empresario se haga cargo del 70 o el 80 por ciento de la economía, y propugnará por crear las condiciones para su desarrollo. Sólo que esta vez, el clásico empresario barrigón de cadena de oro, y siempre dispuesto a llamar a la policía, será lentamente sustituido por el moderno entrepreneur (ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot...), que será un tipo joven, culto, informado, deportivo, partidario de la pirámide achatada, dispuesto al diálogo y la negociación y con cierto grado de conciencia social y ecológica.
Juntos, el entrepreneur y el socialista desplazarán al viejo oligarca tiránico, represivo, racista y vendido al extranjero.
 El socialista de los 90 fomentará en las universidades públicas y privadas la formación de entrepreneurs con la mayor conciencia social posible, y diseñará las carreras y proyectos de investigación en coordinación con las empresas y los gobiernos.
Cuidará y profundizará las instituciones democráticas, fortalecerá las libertades públicas, el equilibrio de poderes ejecutivo, legislativo y judicial, el voto secreto, para que no se encaramen en el poder las viejas oligarquías y las tiranías.
Defenderá la libertad sindical para defensa exclusiva de los intereses y derechos de los trabajadores y no usará los sindicatos como plataforma de lucha para destruir el sistema, porque los trabajadores serán los primeros interesados en cuidar las fuentes de trabajo, en unirse y en tener cada vez más poder de negociación frente al entrepreneur, quien no será el enemigo de clase sino un socio con bastante poder en una aventura común.
El socialista de los 90 atribuirá al Estado un papel principal en la definición de las metas económicas y sociales del país, en la educación y la salud, en el dominio sobre algunos bienes estratégicos y en algunos servicios públicos esenciales, y creará las condiciones para que las iniciativas individuales privadas se ocupen de todo los demás, regulando y corrigiendo los desequilibrios provocados por la economía capitalista que surgieran.
El socialista de los 90 reconocerá la imperiosa necesidad de incorporarse a grandes mercados de producción y consumo, buscará la creación de grandes mercados regionales, derribando fronteras aduaneras entre socios con geografías, culturas y regímenes democráticos similares, tales como el Cono Sur, el Pacto Andino, Centroamérica, etcétera...
El socialista de los 90 combatirá el imperialismo norteamericano, más peligroso ahora que antes, pero no depositará en un delincuente como Noriega la defensa de la soberanía continental, ni defenderá regímenes dictatoriales por el solo hecho de ser enemigos de Estados Unidos, ni atribuirá todos nuestros males a los oscuros manejos de la CIA de la gran democracia del Norte.
Finalmente, por si todo lo anterior fuera poco, el socialista de los 90 tendrá una clara posición sobre el feminismo, el aborto, el racismo y las minorías, los derechos de los homosexuales, la ecología y la religión.





lunes, 6 de abril de 2015

EL MARXISMO COMO RELIGIÓN

EL MODERNISMO Y LA IDEA DEL PROGRESO
Hasta los conservadores de hoy admiten que el edificio teórico que construyó Marx en torno a las leyes que supuestamente rigen la sociedad, ha sido tan importante en la época moderna como lo fue Freud en Psicología y Einstein para la ciencia. Estos tres grandes modelos de pensamiento se desarrollaron en el contexto general de lo que hoy llamamos modernismo. El modernismo se caracterizó por una fe ilimitada en la idea lineal del progreso, en la expansión indefinida  de la revolución industrial, en la ciencia y la tecnología como remedios a los males de este mundo, y en el ascenso general de las masas para compartir por fin  los bienes terrenales en condiciones  igualdad y  democracia.


Marx
No es de extrañar que en este contexto se pensara que la religión desaparecería lentamente ante el avance inexorable de la modernidad. La ciencia explicaría el origen del Universo y la vida, y atacaría de frente al dolor y la enfermedad. La psicología ayudaría a resolver los conflictos internos del alma y la sed del hombre por reencontrar la unidad perdida. La tecnología multiplicaría los bienes al infinito. La libre empresa, o el socialismo, esas dos posibles caras de la Revolución Industrial, repartirían la riqueza en el marco de la igualdad democrática.
Si la religión había sido una respuesta a las grandes interrogantes de la existencia y un consuelo ante la injusticia, el dolor, la enfermedad y la muerte, al eliminarse sus bases de sustento se extinguiría lentamente, ocupando su lugar la gran ideología del progreso. El marxismo fue aún más lejos: denunció a la religión como el opio de los pueblos, como un instrumento ideológico de dominación para mantener el orden social establecido y para que los oprimidos no buscaran en este mundo su felicidad postergada.
Freud

EL FANTASMA QUE RECORRIO EUROPA
Irónicamente el marxismo, al intentar dar respuestas totalizadoras a todas las interrogantes filosóficas, sociales y existenciales, que eran la materia prima de la religión, pasó a jugar el papel de una religión alternativa. Quiso destruir la religión invadiendo sus terrenos, y al hacerlo, en lugar de destruir  la religión se transfiguró en su espejo, en una religión nueva.
No importó profundizar demasiado en si la culpa de ello estaba en la teoría o en los hombres que la llevaron a la práctica. El marxismo decretó la muerte de los dioses, pero no pudo eliminar el fervor religioso de su secta. El marxismo se presentó a sí mismo, o por lo menos se interpretó, divulgó y popularizó con las características propias de una religión tradicional y completa.
El discurso principal del marxismo se parece muchísimo al conjunto de creencias y verdades reveladas de toda religión: el hombre del Neolítico vivía en el Edén, en una especie de comunismo primitivo, cazando y recolectando frutos en comunión con la naturaleza. Luego vino el conocimiento, la división del trabajo, las jerarquías, y la lucha de clases a lo largo de la historia: esclavitud, feudalismo, capitalismo. Finalmente aparecería el mito del héroe, encarnado esta vez en el proletariado, y en nombre de la redención de todas las clases oprimidas a lo largo de la historia, lucharía  y mataría al último de los monstruos: el capitalismo. En la lucha el proletariado muere, pero renace en la sociedad sin clases, en la sociedad comunista, cerrando el círculo mítico.
einstein

La validez de la doctrina no se apoyó en revelaciones sobrenaturales, sino en la certidumbre del método científico. La entidad metafísica, propia de todas las religiones, no era Dios sino la Historia. Según el marxismo, la Historia tenía una dinámica propia e inexorable, superior a la voluntad de los hombres. A lo largo de las etapas de la historia, las fuerzas productivas (por ejemplo las tecnologías) crecen y chocan con las relaciones de producción (por ejemplo la propiedad privada), que son una especie de zapato que va quedando chico, o camisa de fuerza que impide el desarrollo de las fuerzas productivas. Tarde o temprano, éstas desbordan a aquéllas y se producen los cambios revolucionarios que dan lugar a los nuevos sistemas sociales.
De acuerdo con la idea modernista del progreso lineal, cada etapa histórica es ligeramente mejor que la anterior. El feudalismo liberó a los esclavos, pero impuso la servidumbre. El capitalismo eliminó la servidumbre pero creó el proletariado. Al capitalismo, última etapa de la cadena de explotación, se le concedió el mérito de expandir enormemente el desarrollo de las fuerzas productivas, de sentar las bases teóricas de la igualdad democrática, pero sobre todo, el mérito de engendrar en su seno la clase que lo mataría  y acabaría para siempre con la explotación.
Mao

El proletariado, porque no tenía nada que perder, era el agente elegido por la Historia para conducir la lucha contra el capitalismo e implantar para siempre la sociedad sin clases. El proletariado y su vanguardia, la comunidad de creyentes, adeptos y miembros de la secta, el partido comunista, tenía el papel de “partera” de la nueva sociedad: asistir, acelerar y facilitar el alumbramiento de la sociedad sin clases y realizar finalmente la voluntad de la Historia.
Marx fue el profeta o fundador de la nueva religión, puesto que fue el fundador de la sociología científica, el primer hombre a quien se le revelan con certeza las ocultas e inexorables leyes que rigen la Historia. Antes la Historia habría sido una confusa avalancha de batallas, fechas y hazañas de pueblos conducidos por líderes caprichosos, sin dirección ni sentido. Marx, con la certidumbre aparente del método científico, mecanicista, del siglo XIX, descubre el secreto hilo conductor que rige la Historia, y que inexorablemente desembocará en la sociedad socialista, tal como la manzana de Newton caía con la aceleración de la gravedad.
La sencillez de esta doctrina y su explosiva mezcla de idealismo y racionalidad, ejercieron un atractivo irresistible sobre las masas populares y los intelectuales de buena parte del mundo. El paradigma socialista se propagó como fuego en un plazo de tres generaciones, la tercera parte de la población mundial lo puso en práctica como sistema político y los partidos marxistas en los cinco continentes afiliaron a cien millones de creyentes.
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LAS TRES CARAS RELIGIOSAS DEL MARXISMO
El primer acto de fe religiosa más notable del marxismo, fue la parte del dogma que predijo que con el advenimiento del comunismo se terminaría para siempre la lucha de clases. El premio de la revolución socialista era la liberación de la humanidad de toda explotación por los siglos de los siglos. Era la conquista del paraíso, el retorno al Edén que cierra el círculo mítico.
Si toda la historia se había comportado en forma dialéctica, con una y otra clase derrocando violentamente a la anterior y resistiendo violentamente a la naciente, el proletariado en el poder, al eliminar la propiedad privada e instaurar el comunismo, terminaría milagrosamente con el ciclo de la lucha de clases, que era precisamente la dinámica principal de la Historia. La contradicción de la doctrina parece ser flagrante, pero nadie dudó de la grandiosidad de la meta que justificaba el sacrificio, la persecución y la muerte de los creyentes en la etapa de expansión.
El segundo acto de fe más notable del marxismo y que conjuntamente con el anterior conducirían al comunismo a su prematuro desastre, lo introdujo Lenin, y fue el que el comunismo se podía construir en un país atrasado. Él se dio cuenta que las potencias capitalistas de occidente, merced a sus políticas imperialistas, exportaban sus contradicciones de clase a la periferia. Las plusvalías extraídas de las colonias servían para apaciguar los ímpetus de rebelión de las clases trabajadoras metropolitanas. Por lo tanto la cadena se rompería en sus eslabones más delgados, en las colonias oprimidas por las potencias europeas.
Lenin no sólo predijo este corrimiento de la revolución hacia la periferia, sino que diligentemente lo llevó a la práctica, en Rusia. El comunismo se impuso entonces en países que siempre fueron despóticos aunque tuvieran cierto grado de desarrollo industrial, pero que no habían pasado por la experiencia de la democracia burguesa.
Lenin estaba proponiendo, y logrando, saltear una de las etapas de la historia. ¿Por qué someter al proletariado a sufrir la etapa de acumulación del capital bajo la opresión burguesa, cuando se podía realizar bajo el socialismo? En cuanto se propagara el comunismo en todo el mundo, esa discreta zancadilla a la Historia quedaría relegada al anecdotario de la Revolución.
Quienes advirtieron que construir el “socialismo científico” en un país atrasado y despótico era repartir la pobreza y una invitación al autoritarismo, fueron excomulgados de la secta por falta de fe y convicción revolucionaria. Tan grandioso era el paraíso prometido y tan poderosa la fe, que nadie hizo caso a los nuevos herejes.


stalin
El propio Marx había previsto  una etapa de transición que debía durar apenas el tiempo que llevara destruir el capitalismo. Se llamó la “dictadura del proletariado”, y consistía precisamente en desmantelar el estado burgués, su ejército, sus leyes de explotación, su prensa, su ideología, en fin, su aparato global de dominación.
Una vez muerto el dragón, la dictadura del proletariado se iría extinguiendo hasta formarse una asociación libre de productores y consumidores en la sociedad comunista sin clases.
Pero la Historia también enseñaba que la clase a derrocar se defendería con extrema violencia. En efecto, el capitalismo amenazado de muerte por la nueva religión, se defendió con uñas y dientes y difamó, cercó, saboteó, atacó a los países comunistas y persiguió, encarceló, torturó y fusiló a centenares de miles de revolucionarios en sus metrópolis y en sus colonias, y logró detener el avance del comunismo. La Historia, deidad caprichosa al fin, no había entregado todos sus designios, o no estuvo de acuerdo con que el proletariado se salteara por su cuenta el obstáculo final: la etapa democrático burguesa.
El cerco capitalista obligó a las dictaduras del proletariado a prolongarse indefinidamente. El Estado totalitario, lejos de extinguirse, ocupó todos los órdenes de la sociedad y consolidó en el poder una nueva clase, la burocracia del Partido.
La dictadura que debía ser provisoria se institucionalizó en forma de Iglesia, con sus textos sagrados (El Capital), sus intérpretes infalibles: Lenin, Stalin, Mao, Fidel,  quienes por ser los primeros en conducir la secta al poder, adquirieron estatura de héroes mitológicos, y sus escritos y discursos pasaron a formar parte del credo en cuestiones de filosofía, de táctica y estrategia, de normas de ética y conducta, con la autoridad fundamentalista que emanaba de su rol de apóstoles.
Así la experiencia de la lucha de Lenin entre la caída del Zar y la dictadura de los Soviets quedó incorporada a la doctrina general como texto sagrado. La simplificación histórica de atribuir el rol protagónico de la lucha de clases solamente a la burguesía y el proletariado, y el consiguiente desprecio por las clases medias, reforzó el papel mesiánico de una minoría iluminada y acentuó el desdén de los comunistas por la etapa capitalista democrático-burguesa.
Este fue el tercer elemento irracional más notable del leninismo. En la doctrina había  quedado explícitamente establecido que el partido comunista (como representante del proletariado) se avendría a aliarse con las clases medias, reconociendo por fin su importancia para luchar contra la gran oligarquía y el imperialismo, y recorrer juntos la etapa democrático burguesa. Lo notable es que la doctrina también estableció que la etapa democrático-burguesa podía  y debía  ser lo más corta posible, algunos años como en Rusia y Cuba. Esto fue una típica ironía postmodernista, donde la clase media fue invitada a luchar contra el sistema capitalista, pero haciéndole saber de antemano que a mitad de camino sería hecha a un lado por la revolución socialista: en el fragor de la lucha los marxistas instaurarían la dictadura del proletariado y someterían a las clases medias que habrían sido sus compañeras de ruta.
fidel
Esta extraordinaria paradoja, (que merece una reflexión más pormenorizada), jamás fue objeto de discusión en el seno de la nueva Iglesia, y el fracaso sistemático de los frentes populares y las coaliciones electorales para construir el socialismo, se atribuyó una vez más a la inconsistencia de las clases medias, al sabotaje enemigo, al cerco capitalista, pero nadie se animó a señalar la inmoral falacia.
Los crímenes de Stalin, la invasión de Hungría, la destrucción de la cultura tibetana, la invasión de Praga, la Revolución cultural china, la invasión de Afganistán, el fracaso económico, político y cultural de los países comunistas terminaron por convencer a vastos sectores sociales en todo el mundo, que el sacrificio no valía la pena. En la década de los ochenta, el socialismo científico como religión secular entró en agonía.
El vacío político y espiritual dejado por la muerte de la religión marxista que duró cien años, fue rápidamente ocupado por las antiguas religiones tradicionales. Las etnias y nacionalidades del pasado rebrotaron en renovada búsqueda de identidad, el capitalismo recobró su segunda pujanza en la cuenca del Pacífico, y el socialismo intenta recobrar su ideal democrático y libertario en los propios países donde se encarnó.

CONCLUSIONES

El marxismo-leninismo se presentó como sociología científica, en el marco del modernismo y la fe en el progreso lineal de la Historia pero albergando en su seno fuertes elementos utópicos mezclados con fundamentos racionales, y dispuesto a desplazar a las religiones. Se adoptó, popularizó, divulgó como una nueva religión, con sus textos sagrados, sus profetas, su Iglesia, su comunidad de creyentes, mártires, templos, códigos de conducta, excomuniones, todo gobernado por una nueva entidad metafísica: La Historia.
Sus elementos de fe más notables y que condujeron a su extraordinario desarrollo, pero también a su decadencia, fueron:
-La creencia de que con el comunismo vendría el fin de la lucha de clases por los siglos de los siglos.
-La creencia de que mediante la dictadura del proletariado era posible construir el comunismo en países pobres  salteándose la etapa histórica de la democracia burguesa.
-La creencia de que se podía invitar a las clases medias a recorrer ese camino y después hacerlas a un lado.

En cuanto el capitalismo resistió el ataque y obligó a los primeros países comunistas a prolongar la dictadura del proletariado, el comunismo entró en su fase apocalíptica, cometiendo todo tipo de atropellos y abusos que aceleraron su caída como paradigma político religioso.

Artículo publicado en “Z”, de Uruguay, en enero de 1990





















domingo, 5 de abril de 2015

BRITISH


El otro día fui a Gomensoro a ver un remate de cuadros y me topé con Haroldo y Juan Enrique Gomensoro y su mamá, bellísima como siempre, con sus grandes ojos claros, los famosos ojos de los Lamolle.
Haroldo fue compañero mío de clase en el British School y era un tipo simpatiquísimo y superhonesto. Está igualito a cuando teníamos quince años, porque la gente básicamente no cambia, y unos minutos antes del remate recordamos brevemente nuestro largo y feliz pasaje por el famoso colegio.
La verdad es que no sé cómo hicieron mis padres, modestos empleados públicos, para mandarnos al British, uno de los colegios más exclusivos del Uruguay, allá por 1945.
Nos anotaron prácticamente al nacer, y seguramente pudimos entrar por ser hijos de un old boy ( ex alumno).
fridtjof heide (old boy)
El colegio estaba en Benito Lamas entre Ellauri y Luis de La Torre. Hacíamos doble horario para poder cumplir con el programa oficial uruguayo y además estudiar inglés, historia, geografía y literatura británicas.
Los ingleses tenían verdadera obsesión por la disciplina, la puntualidad, el orden y las buenas maneras. A las ocho de la mañana, en el patio helado hacíamos gimnasia y marchas militares como si nos fueran a mandar a la guerra.
El director Mr. Schor, era el clásico Headmaster, terriblemente severo, cuya sola presencia infundía temor y admiración entre los chicos. Tenía tanta personalidad que una vez vinieron los del Liceo Suárez a buscarnos para manifestar contra no sé qué, y Mr. Schor se asomó a la puerta y los echó sin decir palabra. Nos contaba que había sido criado con rudeza: en su época, para bañarse, tenían que cortar el hielo con un pico y zambullir.
ignacio posadas (old boy)
Por provenir de una raza de conquistadores y piratas, Mr. Schor tenía predilección por los deportistas y cierto desdén por las almas sensibles. Aún así era un excelente profesor de Shakespeare y nos enseñó a amar el idioma a través de los divertidos envenenamientos y cuchilladas de Macbeth, Hamlet, el Rey Lear y los pobres Romeo y Julieta.
A pesar de que a menudo cantábamos el himno inglés y nos llevaban al Victoria Hall a festejar el día del Imperio, nadie tomaba muy en serio aquellos rituales colonialistas. Solamente cuando Nasser nacionalizó el Canal de Suez Mr. Schor nos echó un discurso en defensa de la Pérfida Albión.
pedro bordaberry (old boy)

Pero también los ingleses fueron los inventores del parlamento y de ciertos valores esenciales de la democracia, así que nunca me di cuenta que fuera un colegio elitista destinado a educar a los hijos de los gerentes de las compañías inglesas y luego a los hijos de la clase alta criolla. Jamás el Director ni los maestros permitieron la menor discriminación o diferencia de trato entre ricos y clasemedieros (pobres pobres, no había). Por supuesto que crecimos un poco a espaldas del Uruguay real, pero dentro del Colegio la igualdad era absoluta hasta el punto de que en doce años de educación jamás se me ocurrió pensar que mis compañeros de salón eran descendientes de famosos médicos, gerentes, abogados, barraqueros, generales, comerciantes, industriales y estancieros. 

luis lacalle pou (old boy)
Se decía en el British que los Posadas Belgrano eran tataranietos del General que perdió con Artigas en la Batalla de las Piedras. Recuerdo perfectamente a Ignacio Posadas caminando por los corredores, levantando las cejas, igualito a ahora, algo taciturno.
En aquella época había otros colegios privados que educaban a los hijos de la clase alta: el Elbio Fernández, el Liceo Francés, las Domínicas, el San Juan Bautista. Pero la verdadera aristocracia uruguaya, el old money como dicen en USA para referirse a las viejas oligarquías patricias, se educaba en el Seminario y el Sacre Coeur. Los jesuitas eran unos genios para formar a las futuras clases dirigentes.


Resultado de imagen para ministro carlos cat
carlos cat, (old boy)
 A fines de la década del sesenta, Luis del Castillo, “old boy” y Director del Seminario me invitó a dar unas clases de dibujo. El alumno Zerbino, uno de los héroes de los Andes, me hacía la vida imposible por lo pillo. En los corredores del venerable edificio estaban las fotos de todas las generaciones de 4º año que salieron del Seminario. Era impresionante leer los apellidos de las quinientas familias que desde hace dos siglos, con inteligencia, discreción y enorme esprit de  corps manejaban los hilos del país. En comparación, mi colegio no era tan copetudo. Fue una preciosa época de mi adolescencia.

luis del  castillo (old boy)
Margaret White (old girl)